miércoles, 22 de diciembre de 2010

CASA DE LINIERS: SEDE DE LA DIRECCIÓN GENERAL PATRIMONIO E INSTITUTO HISTÓRICO

La casa data de 1788, y es la única casa colonial del Barrio de San Telmo, y una de las pocas auténticas existentes en la ciudad de Buenos Aires. Esta casa perteneció al Virrey Santiago de Liniers cuando ya Buenos Aires era la capital de Virreinato del Río de la Plata.
La casa permaneció en manos de la familia Estrada durante las últimas décadas.
Ángel Estrada fue fundador de una editorial cuya sede fue construida en un terreno adyacente, con frente sobre la calle Bolívar, y poseía además un tercer terreno que habían transformado en estacionamiento de automóviles. A comienzos de 2009, Editorial Estrada puso en venta sus tres propiedades, con voluntad de que tuvieran utilidad pública, y la ofreció en venta al Gobierno de la Ciudad.
Finalmente, vecinos e interesados se movilizaron, incluso realizando un acto disfrazados de corsarios frente a la Casa de Liniers, y finalmente el Gobierno de la Ciudad vendió cuatro propiedades que tenía en su poder, para adquirir la vivienda del virrey, la sede de Editorial Estrada y el estacionamiento.
Esta casa con toda su simpleza, constituye un testimonio claro de aquellos tiempos de pobreza en la ciudad colonial: austera, chata, con sus ventanas sin alinear, era la vivienda del héroe de las Invasiones inglesas, tal vez el hombre más importante de la ciudad de esos momentos. Es el mejor referente de una típica construcción colonial en Buenos Aires de los años 1810, y de las más lujosas que existían por aquel entonces. Posee una gran importancia arquitectónica porque es uno de los pocos registros que quedan de la arquitectura colonial civil, ya que solo se mantiene la religiosa en pie con sus signos originales. Por eso esta casa de Liniers se transforma en un edificio de gran valor, al constituirse en uno de esos pocos registros coloniales auténticos.

EL PRIMER ÁRBOL DE NAVIDAD EN BUENOS AIRES

Un 24 de diciembre de 1828, el Barrio del Alto se iluminó con un suave resplandor que asombró al vecindario. La gente se fue acercando en grupos a la casa de Miguel Hines, desde cuya sala con los ventanales abiertos un abedul tachonado de pequeñas candelas irradiaba las sorprendentes luces. De las ramas del abedul pendían muñecas, trompos, soldaditos y cornetas. A sus pies abundaban los caramelos, turrones y chocolates. Fue el “primer árbol de Navidad de Buenos Aires”, nos cuenta Pastor Obligado en sus Tradiciones Argentinas.
Miguel Hines, ­que había nacido en Dublín en 1789 como fruto de un amor clandestino­, recibió el apellido de su madre adoptiva, pero todo hace suponer que, en realidad, era hijo ilegítimo del disoluto príncipe Jorge de Inglaterra, quien en 1820 llegó al trono con el nombre de Jorge IV.
Sin embargo, Miguel no quiso ­o no pudo­ hacer valer su parentesco y estando en Londres en 1806 presenció entusiasmado el paseo triunfal dado al tesoro saqueado a nuestro Virreinato, por lo que sin pensarlo mucho se enroló en la siguiente expedición que comandaría el general Whitelocke.
Vestido de rojo y empuñando el largo fusil con bayoneta triangular, desembarcó resuelto en estas costas. Pero sus hazañas militares no llegaron muy lejos porque en los primeros combates un balazo criollo lo derribó en la calle de la Piedad (hoy Bartolomé Mitre). El comerciante Jorge Terrada lo recogió y amparó en su casa. Una vez curado, el príncipe Miguel Hines ya nunca se alejó del Río de la Plata. Convertido en comerciante maderero, deambuló de una costa a otra, pues tenía casa en Buenos Aires y en Colonia del Sacramento, donde se casó con María González, quien le dio cinco hijas.
En esa misma ciudad, años más tarde, murió asesinado por razones políticas, dejándo además de su descendencia la tradición del Arbol de Navidad, que por ese tiempo aún no había arraigado ni en Francia ni en España pero sí en Inglaterra, a donde había sido llevada en 1761 por una princesa alemana.

UN CLÁSICO DE NUESTRA GASTRONOMÍA, PATRIMONIO DE LOS PORTEÑOS: LAS PIZZERÍAS DE BUENOS AIRES

La gastronomía, como parte indivisible del patrimonio cultural de un pueblo, forma parte del paisaje ciudadano sobre la base de las costumbres más arraigadas de sus habitantes.
En el libro titulado “Pizzerías de valor patrimonial de Buenos Aires” editado por el Ministerio de Cultura porteño hay una selección de 39 pizzerías notables de la ciudad.
La selección incluye a las que todos conocen y no podían quedar afuera: Las Cuartetas, Güerrín y Los Inmortales, reyes de la pizza en la calle Corrientes, o las populares La Continental y La Americana, en Congreso. Pero también a las que hicieron historia en su barrio, o mejor dicho, las que forman parte de la historia de su gente: como Burgio, de Cabildo al 2400, una de las pocas que tiene todavía horno a leña y por donde pasaron generaciones de estudiantes de Belgrano cuando salían del cine Lido, los días en que no iban a clase.
La elección también tocó a las pizzerías de culto: en esa categoría lleva la delantera Angelín, en Córdoba al 5200 (Villa Crespo), que se atribuye ser “el creador de la pizza canchera”, más grande que la tradicional, sólo con salsa, sin muzzarella. Pero también tienen un lugar El Cuartito (Talcahuano 937) o Pirilo (Defensa al 800), donde se come pizza “de parado” desde 1932.
La nómina no quiso dejar afuera a expresiones más modernas, como Filo (San Martín al 900), donde la pizza convive con exposiciones de artes plásticas, ciclos de cine o conciertos de jazz; exquisitas, como Romario, en Las Cañitas; o simplemente barriales, como El Cedrón, de Juan B. Alberdi al 6100 (Mataderos), una esquina que recuerda a personajes como el historietista Alberto Breccia y el boxeador Justo Suárez.