A un paso de la City bancaria y financiera, y de las grandes avenidas se luce inquebrantable un edificio representativo de una época, de un estilo: la ex Tienda San Miguel, actual Palacio San Miguel.
Su historia comienza en 1857, como expresión de la euforia del progreso y riqueza, nacida de la incesante expansión del comercio internacional del país. Fue propiedad de dos jóvenes socios españoles: Elías Romero y Patricio Gutiérrez, en la calle de la Victoria (hoy Hipólito Yrigoyen número 756, entre las de Chacabuco y Piedras; la misma que más tarde se llamaría, al mudarse a Bartolomé Mitre, entonces la Piedad, y Suipacha, San Miguel, del nombre de la iglesia vecina).
Su historia comienza en 1857, como expresión de la euforia del progreso y riqueza, nacida de la incesante expansión del comercio internacional del país. Fue propiedad de dos jóvenes socios españoles: Elías Romero y Patricio Gutiérrez, en la calle de la Victoria (hoy Hipólito Yrigoyen número 756, entre las de Chacabuco y Piedras; la misma que más tarde se llamaría, al mudarse a Bartolomé Mitre, entonces la Piedad, y Suipacha, San Miguel, del nombre de la iglesia vecina).
La tienda adquirió prestigio por la calidad de la mercadería y la esmerada atención. Es preciso destacar que desde siempre, los porteños apreciaban lo que se daba en llamar novedades: no sólo artículos suntuarios para la vestimenta y el adorno del hogar, sino también aquellos que contribuían a mejorar la calidad de vida, las comodidades de la vivienda, el decoro social.
Pero la San Miguel promueve también la industria nacional, y no pocos artículos se confeccionan en sus propios talleres. Casi no hay residencia importante, hotel, embajada, o despacho de funcionario en la ciudad, cada día más populosa y espléndida, que no ostente algún aporte de la San Miguel: alfombras, cortinados, tapizados, adornos. También, ropa de mujer, de calidad, y accesorios de buen gusto que, desde las numerosas vidrieras en torno de las dos calles, atraen a las personas más exigentes, tanto que se hace indispensable, al ritmo del crecimiento de Buenos Aires, ampliar la tienda, una y otra vez.
En 1911 ya había merecido la distinción de figurar, en una prestigiosa publicación británica, entre las tiendas más importantes de Sudamérica. En 1926, se confía a importantes especialistas, argentinos y extranjeros, la remodelación del edificio. El notable arquitecto José Julián García Núñez, a quien se deben algunos de los mejores edificios estilo “art Noveau” de Buenos Aires, entre ellos, el Hospital Español, se encarga de la obra. Con excelente criterio, respeta el edificio original, dotándolo del lujo y las comodidades que la época reclamaba.
Rasgo característico del local son los magníficos vitrales, en la claraboya del salón principal y de uno adjunto, y en el ventanal, abierto en la galería del primer piso, con la imagen del arcángel San Miguel, fueron hechos en Buenos Aires por la firma Antonio Estruch, y prueba su calidad el que hayan resistido, con daños mínimos (ya reparados, por cierto), el largo período de clausura. Lo mismo que los pisos de parquet, a los que bastó rasquetear y pulir para que luzcan como nuevos.
El edificio de la Tienda San Miguel cerraba sus puertas en 1976.
Pero la San Miguel promueve también la industria nacional, y no pocos artículos se confeccionan en sus propios talleres. Casi no hay residencia importante, hotel, embajada, o despacho de funcionario en la ciudad, cada día más populosa y espléndida, que no ostente algún aporte de la San Miguel: alfombras, cortinados, tapizados, adornos. También, ropa de mujer, de calidad, y accesorios de buen gusto que, desde las numerosas vidrieras en torno de las dos calles, atraen a las personas más exigentes, tanto que se hace indispensable, al ritmo del crecimiento de Buenos Aires, ampliar la tienda, una y otra vez.
En 1911 ya había merecido la distinción de figurar, en una prestigiosa publicación británica, entre las tiendas más importantes de Sudamérica. En 1926, se confía a importantes especialistas, argentinos y extranjeros, la remodelación del edificio. El notable arquitecto José Julián García Núñez, a quien se deben algunos de los mejores edificios estilo “art Noveau” de Buenos Aires, entre ellos, el Hospital Español, se encarga de la obra. Con excelente criterio, respeta el edificio original, dotándolo del lujo y las comodidades que la época reclamaba.
Rasgo característico del local son los magníficos vitrales, en la claraboya del salón principal y de uno adjunto, y en el ventanal, abierto en la galería del primer piso, con la imagen del arcángel San Miguel, fueron hechos en Buenos Aires por la firma Antonio Estruch, y prueba su calidad el que hayan resistido, con daños mínimos (ya reparados, por cierto), el largo período de clausura. Lo mismo que los pisos de parquet, a los que bastó rasquetear y pulir para que luzcan como nuevos.
El edificio de la Tienda San Miguel cerraba sus puertas en 1976.
Permaneció 10 años en el olvido y como muchos edificios emblemáticos estuvo a punto de desaparecer para dar lugar a una torre de oficinas. Fue Fernando Pino Solanas quien lo redescubrió en 1985 cuando buscaba locación para su filme “El Exilio de Gardel”. Pocos saben que todos aquellos interiores que sucedían en París fueron en verdad grabados en este edificio.
La firma, Ianua S. A., la propietaria del solar, resolvió recuperar la construcción para la ciudad, preservando el exterior y restituyéndolo a nuevo, y adaptando el interior, con cuidado extremo de no modificar su esencia, a nuevos usos.
El Palacio San Miguel está destinado hoy por un lado, a proveer a la ciudad de espacios capaces de albergar, en un ámbito prestigioso y refinado, a reuniones de mucha gente, ya fuere convenciones, desfiles de modas, o recepciones de toda índole. Por el otro, a disponer de oficinas o, eventualmente, estudios o ateliers, de categoría, con todas las comodidades, en un punto estratégico y en un lugar con historia.
Se encuentra en Bartolomé Mitre y Suipacha.
La firma, Ianua S. A., la propietaria del solar, resolvió recuperar la construcción para la ciudad, preservando el exterior y restituyéndolo a nuevo, y adaptando el interior, con cuidado extremo de no modificar su esencia, a nuevos usos.
El Palacio San Miguel está destinado hoy por un lado, a proveer a la ciudad de espacios capaces de albergar, en un ámbito prestigioso y refinado, a reuniones de mucha gente, ya fuere convenciones, desfiles de modas, o recepciones de toda índole. Por el otro, a disponer de oficinas o, eventualmente, estudios o ateliers, de categoría, con todas las comodidades, en un punto estratégico y en un lugar con historia.
Se encuentra en Bartolomé Mitre y Suipacha.