Apenas siete años después de la segunda fundación de Buenos Aires, en 1587, se produjo el primer desembarque de africanos esclavos en Buenos Aires.
Las travesías del Atlántico eran terribles. Viajaban amontonados sin las más mínimas condiciones sanitarias, mal alimentados y sometidos a la brutalidad de los traficantes.
Buenos Aires era una especie de centro distribuidor de esclavos. Desde aquí se los vendía y se los llevaba a los distintos puntos del virreinato. En Buenos Aires a los esclavos negros se los ocupaba sobre todo en las tareas domesticas como sirvientes en las casas de las familias más adineradas.
Los esclavos negros, los pardos y los hombres libres de color participaron activamente en una serie de combates patrióticos que desembocaron en las luchas por la independencia a partir de 1810.
Los diferentes ejemplos son reveladores del patriotismo de estos hombres, posteriormente olvidados por la historia oficial. Sin embargo, y a pesar del heroísmo de muchos de estos soldados, la integración social a la patria fue difícil a partir de los años 1820 y la abolición de la esclavitud no fue promulgada por la Revolución.
Para el año 1810 casi la cuarta parte de la población negra era libre (aunque de edad muy avanzada) porque habían podido comprar su libertad ahorrando durante años. Cuando la asamblea de 1813 decreta la libertad de vientres, los hijos de los esclavos pasan a ser libertos aunque debían permanecer en las casa de sus amos hasta la mayoría de edad o hasta que se casaran. Esta particular forma de libertad tenía una cláusula perversa, desde los 15 años hasta su liberación definitiva, debían continuar sirviendo como de costumbre a sus amos y pagarles un peso por mes.
Se produce un brusco descenso en la población negra relacionada con las guerras de la independencia. Los negros desempeñaron un heroico papel de “carne de cañón” que ayudó a muchos triunfos. Cuando San Martín estaba organizando la campaña libertadora a Chile y Perú, muchas familias de la elite mendocina donaban a sus esclavos para el ejército (para no desprenderse de otros bienes materiales). De los 2200 negros que partieron solo regresaron 143.
Sin embargo en tiempos de paz todavía se veían negros en la ciudad. Durante la gran epidemia de fiebre amarilla de 1871, fueron ellos los encargados de quedarse a cuidar las enormes mansiones de Barracas y San Telmo, mientras sus patrones huían escapando de la enfermedad, a lugares alejados, sus quintas de Olivos, San Isidro y Flores, diezmando su número.
Otro motivo de la disminución del grupo negro fue la tasa de mortalidad infantil, muy superior a la población blanca.
A partir de 1821 se constituyeron en Buenos Aires, con singular relevancia durante la época de Rosas, Sociedades o Naciones que agrupaban africanos según su lugar de origen (Congo, Angola, Mina, Mozambique, Kimbunda entre muchas otras) con fines de ayudar a aquellos de la misma etnia a comprar su libertad, organizando fiestas, bailes y procesiones a las que solía asistir el propio Gobernador y su hija Manuelita.
A medida que fueron adquiriendo su libertad los negros residían en barrios de los suburbios, solo para familias de negros.
A estos barrios se los llamaba comúnmente del tambor, debido al estruendo de los tamboriles candomberos.
Cerca de las parroquias de San Pedro Telmo estaba “el mondongo” barrio de la nación Congo. También había barrios negros alrededor de las iglesias de Santa Lucía en Barracas, de Montserrat y de la Concepción.
A pesar de la esclavitud, los negros de Buenos Aires y Montevideo no perdieron sus ganas de vivir e hicieron oír sus candombes y milongas y aportaron palabras a nuestro vocabulario como mucama, mandinga (el diablo) y tango.